12.10.10

MALVINAS: TRAS LOS SUBMARINOS INGLESES

A modo de presentación.La primera vez que escuché acerca de la actuación de la Flota de Mar en Malvinas, fue a fines del siglo pasado. Estaba terminando mi carrera universitaria y algunos amigos del centro de estudiantes habían organizado un seminario del tema Malvinas, al que invitaron al Almirante Enrique E. Molina Pico por entonces Jefe del Estado Mayor General de la Armada. Me sorprendió allí escuchar sus relatos acerca de la cantidad de millas navegadas durante la guerra – especialmente las realizadas en defensa del portaaviones. Como muchas personas ajenas a la institución, tenía el errado entendimiento que, inmediatamente después del hundimiento del Belgrano, los restantes buques de la armada habían buscado presurosamente puerto.Mi segunda sorpresa vino un par de años después, cuando leí en Internet algunas consideraciones acerca de algunas operaciones antisubmarinas sucedidas el 5 de mayo. Es decir, la Flota de Mar no solo no había entrado inmediatamente a puerto, sino que hasta había atacado contactos submarinos. ¡Sencillamente sorprendente!Lamentablemente, del tema no escuché ni leí más por varios años – parecía que los protagonistas consideraban que nada de ello valía la pena ser contado-, hasta que me topé con un artículo en el Boletín del Centro Naval, escrito por el Capitán de Fragata (R) Enrique Fortini (o “Quique”), en el que se relataban olvidadas acciones aeronavales desde el “25 de Mayo”.La guerra contra los submarinos es, ciertamente, menos espectacular que la de las explosiones, las bombas cayendo y los misiles lanzados desde veloces jets de combate. Es un ejercicio de paciencia, desde lentos aviones a hélice, o en las entrañas de los buques o helicópteros, analizando una consola, tratando de descifrar si ese “ruido” es de un submarino o de una ballena franca austral en celo. Tan fascinante como suena.Pero, será porque siempre preferí “La Caza al Octubre Rojo” a “Top Gun” que, con los detalles que daba el excelente relato, me entusiasmé para aportar mi granito de arena a la historia, que consistió en un pequeño ensayo, publicado en Internet y en una revista de Defensa, en el que terminaba concluyendo que parecía probable que un determinado submarino británico habría sido atacado por la Aviación Naval.Unos meses después de publicado dicho ensayo en Internet, recibí unos emails de dos oficiales de la Armada, “Quique” Fortini entre ellos, comenzando un amigable intercambio digital de impresiones acerca de las operaciones de 1982. Obviamente, yo tenía mucho para aprender y poco para ofrecer en el tema.Entre tantas idas y vueltas, Quique me ofreció que escribiéramos algo corto y sencillo sobre Guerra Antisubmarina en Malvinas y, con el correr de los días, comenzamos a hablar de un “artículo meduloso”, luego de un librito y finalmente comenzamos a soñar con un libro que agotara el tema: el libro definitivo sobre guerra antisubmarina embarcada los primeros días de mayo en el Atlántico Sur.El libro necesariamente estaría centrado en la Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina, en tanto eran sus integrantes quienes más contactos y ataques habían protagonizado; el resto de los participantes, desde los Sea King hasta los destructores, habían tenido una actuación menos evidente que los “Búhos”. Obviamente, creíamos que la totalidad de los viejos veteranos se desvivirían por contar sus acciones de guerra (un vuelo antisubmarino es un vuelo de combate), pero salvo un fervoroso núcleo, no conseguimos tantas adhesiones como esperábamos.También nos engañamos con la Royal Navy. Nuestro convencimiento inicial fue que el antiguo antagonista no accedería jamás a nuestro requerimiento de acceso a los diarios de guerra de los submarinos nucleares, información clasificada si las hay. Realmente, ni esperábamos que se nos conteste, teniendo en cuenta que el único antecedente que conocíamos era el de un parlamentario británico que los había pedido, pero no conseguido.Pero luego de mucho batallar y de caminar los caminos legales (es decir, no preguntamos, sino que exigimos, basado nuestro pedido en leyes británicas sobre acceso a información pública) obtuvimos los “Report of Proceedings” de los submarinos “Spartan” y “Splendid”. Ese día de enero comenzamos a rearmar la totalidad del relato, ya que pudimos confrontar lo que pasaba arriba del mar con lo que sucedía debajo. Más tarde llegó el del “Conqueror” y pudimos completar el círculo.Así las cosas, nos enteramos que la misión volada el 4 de mayo por el entonces Teniente de Navío Juan José Membrana, del que – ateniéndonos a los documentos existentes - parecía nada se recordaría desde el punto de vista antisubmarino, había asustado sobremanera a la tripulación del “Splendid”, haciéndolos perder un importante contacto. O que los tripulantes del Fokker de la Fuerza Aérea Argentina no desvariaban cuando anunciaban haber visto un submarino el día 6, en tanto efectivamente habían divisado al “Spartan”. Y otro sinnúmero de cuestiones.La más interesante, sin embargo, fue la confirmación de que ningún submarino británico había sido atacado el día 5 de mayo por la Aviación Naval, dando por tierra todas y cada una de las teorías escritas hasta la fecha.Lo que, por supuesto, hace preguntarse ¿de que nacionalidad era? El contacto tenía mástiles de submarino, hacía ruido como submarino y se comportaba como submarino. Es decir, si tiene cuatro patas y ladra, es un perro. Igual en este caso, pero debajo del agua.Acerca de la veracidad de los documentos recibidos de la Royal Navy hemos también discutido mucho. Es mi opinión que los documentos no fueron falsificados ni material ni ideológicamente (es decir, en su contenido), y para el caso que alguien los hubiera adulterado, fue el mismo autor – más adelante deslizamos esa hipotética posibilidad. Pero de ninguna forma puedo llegar a creer que se nos haya entregado documentos falsos para acreditar o desacreditar alguna cuestión. En primer lugar porque quien entregó los documentos (se identificó con nombre y apellido), de haberlos adulterado, estaría cometiendo un delito por el cual, en el Reino Unido, iría directamente a prisión. Debo recordar que dichos documentos fueron entregados de forma oficial y luego de un formal requerimiento de información.En segundo lugar, porque lo que la Royal Navy no quiso que se sepa, y tendrán seguramente sus motivos, fue prolijamente tachado en los documentos, tal como prevén las excepciones de la “Ley de Libertad de Información” / “Freedom of Information Act”.Vale aclarar que otros documentos no nos fueron entregados, pero justificándose siempre el motivo y razón de la negativa. En suma, el sistema burocrático británico cumple lo que sus leyes les mandan – y en los tiempos que estas le exige. En dicha inteligencia, debo entender que los informes son veraces. No podría creer que tantas personas hayan arriesgado sus carreras (y hasta su libertad ambulatoria) para engañar a humildes habitantes argentinos.También encontramos otros interesantes artículos, entrevistas conferencias y libros, poco y nada conocidos, que llevaron a revelaciones sorprendentes, tal como que hubo un submarino británico merodeando en las cercanías de Buenos Aires en abril de 1982.No tuvimos tanta suerte con los submarinistas del Reino Unido, solamente algunos miembros del servicio silencioso decidieron hablar, pero protegidos por el anonimato. Uno de ellos fue quien reveló las acciones del HMS “Otus” en el conflicto y otro aportó interesantes detalles sobre la guerra del HMS “Conqueror”. Más allá de lo que surge del texto, ninguno indicó que la guerra fue un paseo, haciendo saltar por los aires otro mito de la guerra naval en Malvinas.Con la información obtenida, creemos haber llegado al borde actual del conocimiento “público” sobre las acciones contra los submarinos enemigos en 1982. Hemos empujado los límites de la información disponible lo más que pudimos.Existe, por supuesto, más documentación, especialmente del lado británico, pero la misma es todavía “secreto militar”, “asunto de seguridad nacional” o, si fuera revelada, y como una fuente oficial de la Royal Navy nos informara, “podrían existir enormes consecuencias, impactando dicha información negativamente o perjudicando las relaciones internacionales y los intereses del Reino Unido”. En tanto ello, este relato será necesariamente incompleto. En algún momento verá la luz esa información, que parece no puede ser dada a publicidad sin provocar un terremoto en Londres, y entonces lo podremos finalizar como la historia lo merece. Esperemos que este libro sea el principio – y no el fin – de un debate sobre lo que pasó bajo las aguas del Atlántico Sur. A tal fin, y con la esperanza que alguien allende el océano tome el guante, es agresivo y polémico en algunas partes.Finalmente, y adelantando de alguna manera nuestras conclusiones, vale decir que terminó siendo nuestro convencimiento que la Armada Argentina hizo mucho en la guerra antisubmarina, partiendo de improvisaciones y negligencias arrastradas desde hacía años.Que los submarinos británicos no pudieron hundir al portaaviones sencillamente porque no pudieron y que, quizá con otra mentalidad en los oficiales de mayor jerarquía, se podrían haber “domado” las bestias submarinas.Debo aclarar que fui yo únicamente quien apretó (con mayor o menor destreza) las teclas que permitieron que las letras y números aparecieran en este relato. El verdadero motor de todo esto es el Capitán de Fragata V.G.M. (R) Enrique Fortini: él fue quien dio el puntapié inicial, quien organizó las entrevistas, prestó su colaboración en todos los frentes, incentivó y empujó, corrigió los diversos borradores y hasta quien invitaba el café en nuestras tertulias. Con la salvedad que el único responsable, desde lo literario hasta lo histórico, por lo que aquí se encuentra escrito, soy yo, y los errores en el presente serán, entonces, enteramente míos. Los aciertos que contenga, mayormente de Enrique.No quiero terminar esta introducción sin antes realizar los pertinentes agradecimientos. En primer lugar, a todos aquellos a quienes he molestado (y se han dejado amablemente molestar) durante la redacción del presente, es decir, a todos los entrevistados cuyos nombres figuran al final, que me han brindado horas de su tiempo para revivir estos olvidados hechos, así como a los que han participado pero no han querido – por diversos motivos- revelar sus nombres.He recurrido también a muchas otras personas para obtener información utilizada en el presente: así las cosas, debo agradecer al personal del Archivo General de la Armada, a la Dirección de Estudios Históricos de la Fuerza Aérea Argentina y su director, el Comodoro (R) Oscar Aranda Durañona por su asistencia respecto la actividad antisubmarina de la fuerza, al Dr. Pablo Castro por “We Come Unseen” y por los múltiples consejos vía e-mail, a Alberto Poskin, por sus sabios comentarios, al Instituto Aeronaval y a sus directivos, a Mike Demetriou de la Royal Navy (Oficina FOIA) y a George Malcomson, Jefe de Archivo del Royal Navy Submarine Museum, quienes han sido mis contactos con la fuerza de submarinos británica y cuyo profesionalismo y eficiencia asombró a este habitante del tercer mundo; al personal que he molestado en la CIA, US Navy (Office of the Chief of Naval Operations y Commander Submarine Force), United States Air Force, Department of Defense y National Reconnaisance Office con mis múltiples requerimientos de desclasificación de material y a muchísimas otras personas que han dado o expresado su apoyo y colaboración.Sin embargo, mi más grande agradecimiento es para Natasha, quien me alentó durante todo el tiempo que llevó escribir este libro. A ella, y a Lola, que nació un poco más tarde que este relato, está dedicado.
Mariano Sciaroni.

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